Yo no hablo con quien
tiene el cerebro vacío y
las orejas de adorno
Y es que tenemos la mala costumbre
de oír pero no escuchar y definitivamente
no es lo mismo. Cuando le cuentas algo
a un amigo, familiar o persona de allegada,
lo haces porque confías en ella y solo pretendes
que te escuche atentamente, sin juzgarte,
sin echarte la bronca, sin pretender dar pena,
solo por el echo de tener un hombro donde
llorar e intentar desahogarte de ese mal que
te atormenta o ese problema que te cuesta
resolver, de esos dilemas que rondan por
tu cabeza, solo pretendes que te entiendan
pero, siempre, la otra persona, no actúa como
esperamos y muchas veces salta con...Pues
a mi me pasó algo peor, yo que tu haría tal o cual cosa, a mi no me vengas con tonterías y un
sin fin de explicaciones que no has pedido.
Al final, optas por no contar nada a nadie,
cerrarte en tu mundo, darle tú mismo vueltas
a tus cosas y cerrarte en banda.
No estamos preparados para escuchar,
solo para responder y saber escuchar a alguien
es un don que pocas personas poseen.Y así, vamos por la vida, optando por cerrarnos en banda y viviendo en nuestro mundo donde ya,
muy poca gente tiene cabida y al final te terminan llamando rar@.